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El deportista del cuadro rinconero cuelga las botas tras 30 años compitiendo de forma federada
Amanecía el sábado y Mateo
Jiménez Melero sabía que no era un día más. El equipo, su equipo, el Tres
Calles, tenía que ganar para salvarse matemáticamente y no tener que echar
cuentas o esperar a que tal o cual equipo decida, en caso de poder ascender,
querer hacerlo.
Pero más allá de todo eso, sabía
que era el último, el último partido en el que se calzaría las botas para, de
manera federada, defender el escudo que portaba en el pecho, lo mismo que ha
venido haciendo cada fin de semana desde hace 30 años, desde sus inicios en el
Sariñena, en Huesca, hasta su llegada a La Rinconada, en la que probó el
fútbol, defendiendo la camiseta del Concordia y de Los Leones, equipos de base
que todos los que vamos teniendo cierta edad en el municipio, recordamos, de
una época en la que las canteras no estaban estructuradas desde Bebé hasta
Juveniles y en los que afanaban nombres ilustres de nuestro ideario de juventud,
como Pepe Mena o José Antonio Pino.
Luego, militó en la cantera del
San José, en el equipo Senior del Rinconada, donde estuvo entrenado por otros
ilustres del fútbol local, como Santi Aragón o Carlos Cortés, antes de pasar al
San José, donde logró un ascenso de Preferente a Primera Andaluza de la mano de
Juan Carlos Menudo en el banquillo.
En todos ellos fue un jugador
importante, como los era en cualquier deporte que practicaba, aunque fuera en
pachangas con los amigos. Sin embargo, entre todos los equipos donde militó,
sin duda, el más relevante en su trayectoria, fue el Tres Calles, con el que
ascendió a Tercera Nacional, fue campeón de la Copa Federación y creó una nueva
familia deportiva en la que deja huella, a tenor de las reacciones dentro de la
pista y a través de las Redes Sociales tras confirmarse su adiós definitivo a
la práctica federada del deporte. Un club al que llegó de la mano de su hermano
Alberto, otro ilustre del fútbol sala local que se retiró demasiado pronto,
aunque ambos llegaron a coincidir en la pista. No es la primera vez que ha
anunciado la retirada y luego ha vuelto, pero, esta vez, según sus propias
palabras, “el barco vikingo cierra definitivamente”.
Como buen deportista, después del
partido, estaba enfadado por no haber conseguido la victoria frente al
Trigueros, porque la incertidumbre acerca de la permanencia siga durante
algunas semanas, pero cuando al término del choque era requerido en el centro
del campo, saltaba a la pista su familia y sus compañeros, con el presidente,
José Antonio Ortiz, ‘Colegui’, el entrenador, Domingo Ramírez, y su compañero
de fatigas, Waito Aguilera, como exponentes de la entidad, las lágrimas fueron
incontenibles, y tampoco ayudó a calmarlas el cartel de un partido frente a La
Muralla que le regalaron, o la camiseta del club con el cinco a la espalda y la
firma de todos sus compañeros. En ese momento, quizás solo en ese momento,
comprendió que aquel era el primer día del resto de su vida. Una vida que no se
desligará del deporte, no podría hacerlo, pero una vida en la que la forma de
vivirlo será diferente.
El club se acordó de él y le
brindó un merecido homenaje a un tipo que se ha hecho querer en todos los
equipos en los que ha estado, un tipo que “guarda amigos de todas y cada una de
mis etapas y eso es lo que se lleva, un tipo a quién el futbol ha hecho persona”.
Horas después, ya con todas las emociones mejor digeridas, escribía un mensaje en sus Redes Sociales en el que agradecía el detalle de la entidad y a todos los que componen la familia del Tres Calles, y decía que “no tendré vida para devolveros todo cuanto me habéis dado sin pedir nada a cambio”. Mucha suerte y gracias por todas esas emociones que, durante 30 años, nos has regalado con tu escudo en el pecho y el balón cosido al pie.