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El equipo de David Sánchez, plagado de bajas, dio la cara ante el Villafranco al que le remontó el partido, pero acabó ahogándose en la orilla con dos goles locales en los últimos minutos
Tres puntos de veintiuno posibles.
Nada halagüeña es la estadística del Rinconada, que se hunde en la zona de
descenso y donde empieza a cundir el nerviosismo. Sin embargo, si uno analiza
los siete encuentros del equipo de David Sánchez ve como en cuatro de sus seis
derrotas, el marcador no fue merecido. Cierto es que hacer cuentas de la
lechera no sirven y que lo único que vale son los números que se reflejan en la
clasificación, pero quizás en el equipo rinconero aquella frase de Valdano, “el
fútbol es un estado de ánimo”, cobre más vigencia que nunca. Y un claro ejemplo
de ello fue el duelo ante el Villafranco.
Los de Dioni Arroyo, que tampoco
han empezado bien y que presentaron solo dieciséis jugadores en la convocatoria,
a pesar del peso específico de muchos de ellos, con una dilatada experiencia en
categorías superiores, trataron de imponer su juego desde el principio. El
campo del Rafael Beca no estaba en buenas condiciones y eso no beneficiaba a
los locales, pero menos aún a los visitantes que, además, no estaban
acostumbrados como sí los de Isla Mayor.
En los primeros minutos, el
Villafranco tocaba y tocaba y el Rinconada corría detrás del balón. Pedía David
Sánchez a los suyos balones largos a la espalda de la defensa, tratando de
imprimir velocidad en los metros finales para acercarse a los dominios de José
Carlos. En éstas, la tuvo Abel Pando, que se sacó un buen disparo entrando
desde la derecha al que respondió con una mano espectacular el guardameta.
Luego la tuvieron los de Dioni Arroyo, que aprovecharon una desaplicación
defensiva visitante para que Selu encarara a Checa, que ocupaba los tres palos
en detrimento de Jairo. El arquero sacó un pie milagroso que desbarató el peligro.
La réplica fue de David Cuevas que, en otro mano a mano fruto de un error
defensivo local, disparó al muñeco.
El partido tenía emoción, nerviosismo
por la importancia de los puntos en juego, pero poco fútbol, y era difícil ver
tres pases seguidos sin continuas imprecisiones. En el minuto 39, el colegiado
señalizó una falta duda casi en la línea del área del Rinconada. El remate
salvó la barrera por el lateral y fue con potencia a las manos de un Checa bien
colocado que despejó de puños dejándola suelta en el área. La defensa blanquiazul
se quedó parado pidiendo un fuera de juego que no era y Gerardo, el más listo
de la clase, remató sin oposición haciendo el 1-0. El ex de la Lebrijana daba
una ventaja que, en ese momento, valía oro a tenor de lo visto en el campo.
Sin embargo, en la segunda parte
todo cambió. El Rinconada fue capaz de hacer lo que le gusta, ese fútbol que le
llevó al ascenso la pasada campaña. Preciosa triangulación entre Abel Pando,
Joserra y Óscar, que acabó con un centro desde la línea de fondo del
improvisado lateral que, tras tocar José Carlos, le quedó manso a la cabeza de
Joaquín, que la cambió de palo logrando la igualada. El ex cañamero enmendaba
así un partido en el que las condiciones del campo habían lastrado especialmente
su fútbol.
Y sólo un minuto después, en una
contra vertiginosa, David Cuevas le ganó la partida a José Carlos y antes de
que la pelota saliera, le dio el pase de la muerte a Antonio Miguel que solo
tuvo que empujar el segundo de los visitantes y la ventaja momentánea en el
marcador. Era la primera vez en toda la temporada, a excepción de la única
victoria que registra hasta el momento el casillero rinconero, en el que los
hombres de David Sánchez estaban por delante en le marcador.
Y a partir de entonces, trataron
de gestionar la ventaja, de tener el balón, de que la pelota no rondara los
dominios de Checa, lo que lograron con más o menos acierto. Pudo llegar la
puntilla en un remate de David Cuevas que, a placer, la mandó por encima del
larguero.
Pero el Villafranco iba a vender
muy cara su derrota y, para infringírsela, había que rozar la perfección
defensiva. Y eso no ocurrió. En el 88, tras un saque de puerta horrible de Checa,
que se frenó ayudado por el viento reinante en el Rafael Beca y sorprendió a
sus jugadores saliendo, Rubén Díaz batió al arquero en el mano a mano y puso el
2-2 en el marcador. Jarro de agua fría de un equipo que había hecho todo para
ganar. Pero fue aún peor, porque todos los fantasmas que se han ido acumulando
en la cabeza de los rinconeros a lo largo de estos partidos, se hicieron
presentes en ese momento. Las piernas se atenazaron, las cabezas se bloquearon
y los de Dioni se aprovecharon que su rival estaba grogui para asestarle el golpe
de gracia en otro despeje al centro de Checa que cazó Isco Ortega para hacer el
3-2 definitivo, que no dejó margen de maniobra a David Sánchez por el tiempo
restante y por el abatimiento de sus jugadores que, una vez finalizado el
partido ejemplificaban el sentir del vestuario, con lágrimas, caras largas y
preocupación, la misma que tienen los aficionados que ven como siguen volando
puntos merecidos y que el equipo sigue ahogándose en la clasificación.
La próxima semana ante el Mairena, un histórico del fútbol sevillano, en el Nuevo Ramos Yerga, el equipo tendrá otra oportunidad para revertir la situación. Quizás un triunfo lo cambie todo, pero si no llega pronto la situación será cada vez más insostenible.