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Historia de La Rinconada

El Hospital de sangre


En el siglo XIII y concretamente en 1245 tras cinco siglos de reconquista, parecía llegado el momento de cumplir el propósito que se habían hecho los Reyes Fernando III y su madre Doña Berenguela de intentar la conquista de Sevilla, y emprendida la marcha por el Santo Rey con su segunda esposa Doña Juana de Ponthieu, y conseguida la posesión de Córdoba y salvado el escollo de Carmona, ambos se percataron de que no podían dejar la riquísima ribera del Gran Río en manos de la morisma en ese camino que ya, desde la vigía de la Campiña, la mencionada Carmona, les podía llevar directamente a Sevilla.

Así que desviaron sus monturas, mesnadas y carromatos y fueron ocupando, con más o menos dificultades, Tocina –que entregaron a la Orden que entonces era su sostén y ayuda, la de Malta o San Juan de Jerusalén-, Cantillana, Gerena y Alcalá del Río, así como todas las alquerías y haciendas que se presentaban al paso, algunas de las cuales llegarían a ser verdaderos pueblos en el futuro.

Y así llegaron a la altura de nuestra alquería y de nuestro Cerro Macareno en 1247 no siendo de extrañar que hicieran lo que dice la leyenda, que ascendieran, para otear Sevilla, al mencionado Cerro al ser éste el único punto que destacaba en la inmensa llanura, no es de extrañar que lo hicieran al estar ávidos y expectantes ante la cercanía de aquella Sevilla que desde hacía más de 200 años era la indiscutible capital de Al Andalus y de cuyas grandezas y refinamientos todos se hacían lenguas en la superguerrera y ‘paleta’ Castilla.

Y ése fue el momento, 1247, en que, para guardarse las espaldas, y para tener donde resguardar y sanar a los heridos hasta su curación en la campaña que se preveía larga y difícil, los Reyes pensaron –hablo siempre de “los Reyes” en plural porque en la documentación el papel y el protagonismo de la Reina Juana es parejo al de su esposo- los Reyes pensaron, decía, en poner el Hospital de sangre que tenían planeado en la alquería que ocupaba aquella pequeña elevación del terreno y que sobresalía un tanto en el camino que llevaba desde Alcalá y la Lobera hasta la Puerta de la Macarena en Sevilla, y fue entonces cuando dicen que dijo el buen Rey ‘fagamos un hospital de sangre en esta arrinconada del río’ (ya que el pueblo ocupa el interior del ángulo donde el Guadalquivir muda su curso hacia el sur) , y así se hizo y así, en ese momento, comenzó a aglomerarse gente y se dio por fundado el pueblo.

¿Y a quién encargar el cometido del mantenimiento de ese Hospital de campaña o de sangre? pues, naturalmente, a la Orden de Caballería –ya saben, mitad monjes, mitad soldados- que más cerca había estado y seguía estando de los Monarcas, a la mencionada anteriormente Orden de Malta o de San Juan de Jerusalén, Orden cuya cruz ocupa, por ello, uno de los campos de nuestro escudo municipal, Orden, además, a la que, acabada la conquista y hecho el Repartimiento del territorio por su hijo Alfonso X el Sabio, se le dieron extensos terrenos por estos alrededores, a la vez que pequeñas parcelas, alquerías y majadas (Majaloba, Majarabique,...) les eran otorgadas a los coperos, camareros, escuderos y mesnadas de confianza de los Reyes, gentes de poco porte pero muy allegadas al Rey y que “se merecían”, por sus muchos y continuos servicios, unas tierras ferocísimas como las nuestras, y gentes pequeñas que habían de recibir “su regalo” en una comarca que no corriera peligro –el Norte de la capital- ante el posible contraataque de los vencidos andalusíes que habían quedado bastante más al Sur.


Por Manuel Alfonso Rincón
(Historiador Local)


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