De la granja escuela a sumar una prolífica colección de títulos publicados media la literatura de Pepe Maestro, un contador de historias apropiadas para cualquier público, que escribe - cuenta e interpreta - para que sean disfrutadas sin importar la edad, aunque se clasifiquen para niños y jóvenes. En un encuentro en el Centro de artes escénicas y visuales (CRAES) desde Estación de las Letras, el escritor, narrador y dramaturgo hizo lo que mejor saber hacer, contar historias
Ante un público de amplio rango de edad, explicó cómo sus inicios en la literatura fueron “al modo más tradicional”, contando historias “en una hoguera” en la granja escuela en la que trabajaba. Sus relatos nocturnos al abrigo del fuego encantaban tanto a niños y jóvenes como a los profesores, que le pedían que fuera a sus colegios a contar historias. Un amigo, sin decirle nada, presentó una de esas historias que Maestro había plasmado por escrito a una editorial, que quiso publicarla. “Y así, poco a poco, me empecé a animar en este mundo maravilloso de la literatura infantil y juvenil”.
Tan escritor como narrador
Este prolífico escritor y narrador oral tiene “ambas facetas muy unidas”. Aunque en su oficio de “contar historias” diferenció que “no es lo mismo hacerlo con público que por escrito, porque ahí estás solo con tu imaginación”. Aunque ambas formas le gustan, y a pesar de estar “un poco más centrado en la escritura”, reconoció que “cuando estoy delante de un público me gusta contar historias”. Como así hizo ante los asistentes que lo acompañaron en el CRAES, en una distendida y animada tarde.
Si bien es clasificado como autor de literatura infantil y juvenil, señaló que “no me planteo el público cuando escribo. Mis obras digamos infantiles son muy leíbles por los adultos. No son solo para niños, huyo mucho de eso”. Si bien, explicó que “existe una cosa que se llama mercado” y la tendencia de las editoriales a “clasificar y catalogar por edad”, lo considera “algo un poco ficticio, porque depende mucho del estado lector en que esté cada uno”. Además, reconoció que “nunca sé a qué edades van dirigidas mis obras, pero me gusta que todo el mundo las pueda leer”.
“Los niños también leen para sentir”
Reconoció la “responsabilidad” en su oficio, pero “no tanto de educar, porque eso no le compete a la literatura”, sino por dar “una visión esperanzada de la vida” especialmente a niños y jóvenes. En este sentido, incidió en que “la literatura no tiene que educar sino proporcionar emociones, aventuras y personajes con los que identificarse”. No tuvo duda en afirmar que “los niños son como los adultos, y estos no leen para aprender, sino para divertirse, entretenerse o despejarse. Se lee una novela no diciendo “voy a ver qué aprendo”, sino “a ver qué siento”. Los niños son iguales, también leen para sentir”.
En un tiempo de tecnología, pantallas e inmediatez reflexionó sobre la capacidad de atención, “que parece estar más dispersa”. Algo que se ve “en las series, cada vez más cortas, con más cambios de planos para que la gente sea capaz de meterse en la historia… La literatura no puede escapar a eso”. Sin embargo “en la oralidad surge el milagro”. Porque, para este rapsoda, “cuando se cuenta una historia se hace a la vez una lectura del público y se adapta, y sorprende ver cómo esa generación dispersa es capaz de meterse en la historia”.
Con una producción tan amplia que ronda el medio centenar de libros publicados, admitió no ser capaz de quedarse con un título en concreto, “porque cada uno tiene su historia”, aunque sí puso algo más de relieve a ‘El cazador de aerolitos’. “Un libro maravilloso, una historia de amor muy bonita, que se lee en nada y es apta para todas las edades”. Aunque recalcó que nombrar uno “no excluye al resto”.
Maestro afrontó el encuentro en el CRAES abierto al público, de forma orgánica y orientándose en la dirección que el público iba – tanto verbalmente como con la antes referida atención – reclamando. Agradecido al Ayuntamiento por la inclusión en ‘Estación de las Letras’ y a los asistentes por el calor recibido, admitió sentir “un poco de pudor” cuando lo reconocen, sobre todo porque “algo que tú has escrito o leído le ha servido a alguien en algún momento para pasárselo bien o para reflexionar”.