La escritora descubrió la escultura que se le ha dedicado en el Sendero de la Creación del parque Dehesa Boyal, compartiendo posteriormente tertulia sobre su obra con Fernando Iwasaki en La Villa. “Si tienes una voz, hay que escucharla, no hay que imitar a nadie”
Fueron su niñera y un cine de caóticas proyecciones los que dieron el espaldarazo a la inventiva de una niña imaginativa y que hoy es una figura consagrada en la literatura de nuestro país. Cristina Fernández Cubas, “alquimista de las palabras” multipremiada, ha sumado un nuevo reconocimiento a su palmarés particular con galardón, hueco en el paseo de la fama rinconero y el teatro de La Villa encantado con su elocuencia y ocurrencia.
La escritora ha sido reconocida con el Premio Factoría Creativa de las Letras en su categoría Nacional en esta edición de Estación de las Letras de 2025. Junto al galardón, la autora descubrió su escultura en el Sendero de la Creación del parque Dehesa Boyal, haciéndolo “despacísimo” para que “el momento durase mucho”. Asegurando que se va a “enviciar” para querer “estar descubriendo placas con esculturas continuamente”.
La I Teniente de Alcalde y delegada de Cultura, Raquel Vega, puso de relieve cómo la autora “se vale de la extrañeza, de lo que nos es tan diferente aparentemente para iluminar nuestros rincones más oscuros”. Definió el alcance de su obra como de “onda expansiva” porque “extiende la frontera del cuento y extiende la cultura, que es precisamente lo que queremos hacer desde La Rinconada”. Algo que se hace en sintonía con los creadores, porque “son el aliento de la cultura y sin su trabajo, sin su entrega y sin su vocación, la cultura pasaría a ser un elemento inerte, hueco, sin vida”.
Escritora influenciada por la narración oral
No fue precisamente ni vida ni viveza lo que faltó en la amena charla entre la autora y Fernando Iwasaki, en un distendido coloquio donde Cristina Fernández Cubas ahondó en su historia y su literatura. Hablaron sobre su nacimiento a las letras, un génesis en el que “influyó mucho la narración oral” de la Totó, la niñera que la cuidaba a ella y a sus hermanas y que poseía “un arsenal de cuentos, que no sé si se los inventaba o eran leyendas”. Esas “historias tremebundas” antes de dormir que les provocaban “un insomnio horroroso” a sus hermanas, a ella le hacían pensar, reflexionar y revivirlas ya en la cama en su cabeza.
En ese despertar a la fantasía, desde su casa de Arenys de Mar escudriñaba el mundo y el mar creyendo “durante mucho tiempo la posibilidad de encontrar unos caminos chiquitos, o lugares donde puedes observar sin ser vista. Era mi sueño infantil”.
Pero también, gracias a esos cuentos de la Totó descubrió que “no había una explicación, podía haber muchas”. La posibilidad abierta de que exista “la explicación que se da o se insinúa, pero que puedan tener otras y no sea una única” encontró acomodo en su imaginario para luego llegar al papel.
El espaldarazo definitivo vino en uno de los cines de su pueblo natal y en el desorden de las proyecciones, donde se mezclaban los rollos de película y un personaje que moría minutos después podía aparecer vivo. Fue la película ‘El retrato de Jennie’ y los saltos narrativos en la proyección los que le dijeron “adelante, Cristina”. Porque “se burlaba el tiempo, no el espacio porque sucedía todo en el mismo espacio y era imposible evitar el final, estrafalario y maravilloso al mismo tiempo”. Confirmó así que esos caminos que buscaban sí existían, diciéndole que “aquello en lo que siempre has creído es posible” para su forma de narrar.
Fernández Cubas se forjó viajando y viviendo en países tan distintos como Egipto o Perú. Explicó que “cuando llegas todo te parece extraño, y a los meses acabas haciendo cosas que antes te parecían extrañísimas”. Experiencias que considera “inversiones a largo plazo” que luego suponen una riqueza para escribir.
Una voz propia en la literatura
Precursora de la escritura y literatura de género en un tiempo en el que nadie lo hacía, introduciendo temas a los que ahora sí se les da su justa importancia, como la salud mental, en su amplia producción literaria hay búsqueda “de espejos en todo”, pero a la vez de la “diversidad de mundos”, que admitió que le encanta. Pero, sobre todo, destacó su inclinación por encontrar “no un discurso sino una voz propia”. Y un consejo. “Si tienes una voz, hay que escucharla, no hay que imitar a nadie”.
Versó de lo inquietante en su escritura, de “elementos que entran y lo perturban todo”. Del terror, en el que caben niños, viejas, brujas, “una literatura inquietante desde los imaginarios de los personajes femeninos”.
Reconoció lo triste de que “va a haber un generación de niños sin abuelos muy pronto”, sobre todo porque van a crecer “sin nadie que les cuente historias antes de dormir”. Un “estrés generacional” de niños y niñas que quedarán sin referentes, sin asumir esas cosas de mayores que crean imaginarios colectivos que a ella le dieron alas y que parece que se perderán.
Habló de que los mayores la leen, y le dicen “hablas de cosas que yo he vivido, o sea, que no te haces la joven”. Pero a la vez de jóvenes “que han entrado perfectamente en mis cuentos”, algo que le llena de alegría. Y recordó cómo, ante su libro ‘De mayor quiero ser bruja’, una de sus hermanas “insomne a raíz de las historias de la Totó” afirmó, no exenta de la crueldad propia que reconoció en los hermanos, “pues ya lo has conseguido”.
Tal vez no ser bruja, pero sí ha conseguido ser reconocida y admirada por su singular forma de contar. Quedándose además ya para siempre en La Rinconada, con un espacio más que merecido en su particular paseo de la fama.