Durante 19 años la hermana Isabel María Rus vivió en el Convento, hoy colegio concertado San José, dejando en la memoria de los que la conocieron su amor por los demás
El sol de la tarde ilumina el campanario de la pequeña capilla del colegio y a sus pies, perfilando esta estampa, la hermana Isabel María mira tímida a la cámara mientras arregla su rebeca gris. Antiguas alumnas acuden a saludarla y en un acto de memoria increíble recuerda los nombres de cada una de ellas.
"Cada vez que vengo a La Rinconada se me ríe el alma" señala esta religiosa de 66 años perteneciente a la Doctrina Cristiana. Su unión con el municipio empezó en su juventud y desde entonces los fuertes lazos que la atan a él nunca se han roto.
El principio de toda esta historia tal vez haya que buscarlo cuando tenía 13 años, fue entonces cuando empezó a plantearse que quería ser monja. A los 17 ya quería ingresar en la congregación, sin embargo, sus padres le pidieron que esperase un año más. "Pensaron que era un capricho, cuando cumplí los dieciocho vieron que seguía firme en mi deseo, me apoyaron y mi padre, la persona más importante de mi vida, me dijo que diese la talla, que en la vida ya había bastante mediocridad, pero que si descubría que no era lo que quería ser que volviese a casa". No volvió, ni nunca se lo planteó, la firmeza de su carácter ha permanecido imperturbable a lo largo de los años.
El 11 de septiembre de 1968 Isabel María ponía los pies por primera vez en La Rinconada, atrás dejaba seis años en la congregación de Heliopolis y comenzaba la etapa que ella denomina "la gran escuela de mi vida". Recuerda que en esa época no había apenas nada de lo que es ahora el pueblo. "Todo era campo, mis otras compañeras de congregación y yo solíamos visitar los sábados las chozas que había en los cortijos de Los Solares y también de los Granadinos. Dábamos catequesis y hablábamos con la gente. Lo que intentamos desde el primer momento fue abrirnos a la realidad que había. La asociación de vecinos se gestó aquí, en el convento", señala. Cuando piensa en aquellos años su mirada se tiñe de nostalgia y en un tono suave rememora tiempos de cambios y de lucha obrera. "En 1971 los trabajadores de la empresa Colomina entraron en la capilla para reivindicar sus salarios porque no les pagaban, les dejamos entrar y estuvieron una semana". Y es que lo que cuenta es el "respeto profundo", algo que Isabel María dice que aprendió aquí, de un socialista, Antonio Morón, que le dijo "debemos unirnos en lo que nos une y respetarnos en lo que nos separa". También, recuerda cuando se legalizó el partido comunista, la calle San José se llenó de simpatizantes que enarbolaban banderas.
"Aquí se me abrieron horizontes, las personas que conocí eran todas muy trabajadoras, activas, sensibles, que luchaban de una manera u otra por una sociedad mejor. Siempre he dicho que nací a la vida en Heliopolis y en el amor y en el compromiso en La Rinconada".
En 1987, diecinueve años después de su llegada abandonaba San José para enfrentarse a otros retos, lo recuerda como algo duro pero que tuvo que hacer porque "como religiosa mi deber es sembrar allá donde me necesiten".
Ahora afronta una nueva vida en África. Siempre quiso ser misionera pero las distintas circunstancias de la vida no se lo permitieron hasta los 61 años. "A menudo digo que soy una novata en este continente al que he llegado ya mayor, pero me siento viva por dentro y con mucha ganas de aprender. África te engancha, las ganas de vivir de sus gentes, sus experiencias, su talante ante las adversidades, es apasionante". En Burkina Faso tienen suerte de tener a esta mujer incombustible y de alma poderosa.